Black Forest La Niebla | 43

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Esta novela contiene palabras malsonantes, consumo de drogas y escenas de violencia y/o abuso.

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BLACK FOREST, LA NIEBLA

Capítulo 43

“Ni siquiera estarías aquí de no ser por mí.”

Which Witch

La niebla volvió a llevarle a la casilla de salida. En el bosque la niebla, húmeda y densa, se elevaba entre los árboles. Krysta seguía allí, impasible.

-Querías acabar con Constantine… por tus propios motivos. El plomo, las víctimas o ayudar a Katrina solo eran algo colateral.

-En realidad mi intención con Damien era que ese demonio la matara por puros celos, quería volverle loco, no pensé que sus sentimientos le llevaran a querer transformarla.

-Eres una cobarde. Si eso era lo que querías haberte ocupado tú misma.

-¿Crees que no deseaba ponerle fin con mis propias manos? Era demasiado tarde, mis conocimientos en nigromancia eran imbatibles, pero… mi cuerpo no podía soportarlo. Cuando la criada de Katrina vino a verme yo tenía 38 años, por culpa de ese maldito pacto me fue toda una proeza llegar a esa edad. Me las arreglé para extender mi esperanza de vida mucho más de lo que esperaba. Ese hombre… Debía creer que estaba muerta cuando regresó. Lo que daría por ver su cara cuando olió mi presencia en su esposa…

Krysta sonrió con satisfacción, solo de imaginarlo.-Me costó décadas atraerla hasta el lago para hablar con ella. Todo para que Constantine descubriera que obviamente se trataba de mí. Me denunció. Pensé que había fracasado hasta que el mismo día de la ejecución… allí estaba. Ese necio… no podía pasar la oportunidad de regodearse y eso fue un error fatal. Su vínculo con ella se había deteriorado, fue fácil que me dejara entrar. Simplemente, me abrió la puerta. Y la hice libre.

-¿Libre? Extendiendo tu propia vida dentro de ella. Dictándole lo que tenía que hacer bajo amenaza…

-Samuel… todo lo que he hecho ha sido para reencontrarme con mi descendencia. Somos seres muy superiores y es necesario que nuestro poder continué.

-Ese hijo…

-Mi hijo y el de Constantine… Tú desciendes de él. Eres la réplica demoníaca más exacta con la que me he encontrado. Puedo sentirlo en cada fibra de mi ser…

-No puede…

-Piénsalo un momento. Te lleva menos tiempo que al resto ganar habilidad en cualquier actividad que practiques. Te estás haciendo famoso Sam. Los humanos te idolatran, ya sea de una forma u otra. No eres como ellos, nuestra estirpe sobrevive al tiempo, nuestro poder es inmortal. Pero hace falta conocimiento para despertarlo y tú no lo tienes. Si te unieras a mí podrías tenerlo todo.

-No quiero nada de ti, Krysta.

-Ni siquiera estarías aquí de no ser por mí. Esa estúpida por la que suspiras le contó todo a Hans, un “no muerto” del que puede leer la mente hasta la bruja más novata. Lisbeth lo vio y fue a por ti. Por suerte, omití cierta información porque nunca he llegado a confiar en Katrina. Era demasiado pasional. Lo único que sabía era donde encontrarte y que eras un varón. Te confundió con tu padre. Si hubiéramos llegado solo un minuto más tarde… Lisbeth es una auténtica cazadora… Sin mí, Katrina seguiría viviendo bajo el yugo de ese malnacido y este pueblo no existiría.

-No intentes convencerme… Esto no es más que tu obsesión por vivir para siempre.

-¡TODO LO QUE TIENES ES GRACIAS A MÍ!

Tras ella la niebla se tiñó de naranja, rojo y negro. El fuego la rodeó, se adueñó del bosque. Las llamas avanzaban hacia Sam calcinando cada brizna de hierba a su paso.

-Si he de ir al infierno, Sam… te llevaré conmigo.

-No puedes Krysta. Sin Katrina no me tienes de tu lado, deberías haberlo previsto. Puede que descienda de tí… pero no somos tan parecidos como piensas ¿Cuánto poder puedes albergar a estas alturas? No eres más que un espectro vagabundo, hambriento por encontrar a alguien en quien habitar. Eres un parásito.

Las llamas se detuvieron. Una barrera invisible impedía su progreso. Krysta intentó sacudir el fuego de sus faldas con mirada de incredulidad en sus ojos. Sus movimientos cada vez eran más desesperados. Las lenguas candentes se la tragaban. Gritó de terror con las palmas de sus manos deshaciéndose. Una figura se dibujó, como una silueta entre la anaranjada lumbre. En lo que parecía ser su cabeza sobresalían unos prominentes cuernos que se enroscaban. Una mano roja con largas uñas se extendió sobre ella.

-¡NO! ¡AÚN NO!-Bramó Krysta.

Sam sintió ese frío que le había acompañado inundarle, pero esta vez, no lo hacía de forma invasiva. Le acompañaba, dándole la fuerza, la seguridad y las palabras que le hacían falta. Un brillo determinante estalló en sus pupilas.- Tomarás su mano sin dudar, bajarás al infierno y no saldrás de allí nunca.-Salió de sus labios antes de que pudiera pensárselo.

Ella se levantó, moviendo su cuerpo casi calcinado. Le dedicó a Sam una última mirada llena de furiosas lágrimas que le atravesó. Acatando la orden, la bruja, dio media vuelta, tomó aquella mano y desapareció entre las llamas eternas en pleno silencio. La figura de prominentes cuernos estaba a punto de desaparecer cuando torció el gesto una vez más. Abrió unos enormes y brillantes ojos sobre Sam, o más bien sobre algo a su espalda. Cuando giró tras de sí, solo vio el bosque y una enorme plantación de lavanda que crecía hasta donde alcanzaba la vista.

El fuego, los gritos y la furia se apagaron. Dejaron una noche clara, de luna llena, sin niebla ni una sola nube en el cielo. Sus ojos se acostumbraron a la nueva oscuridad. Una suave brisa acariciaba la hierba morada, que brillaba con reflejos del satélite. Entre la maleza se distinguía una figura encogida, su piel era tan pálida que parecía resplandecer, su cabello oscuro ondeaba por encima de la espesura.

-¡KATRINA!-Los pies de Sam se movieron por impulso. Se arrodilló junto a ella. Su cuerpo le daba la espalda. Inmóvil.-Katrina…

Con suavidad la tomó de los hombros y la acunó en su regazo. Era tan frágil, tan menuda ¿Era así antes? Apartó un mechón de pelo de su rostro. Sus ojos poblados de espesas pestañas estaban cerrados, no hacían ni el menor de los aspavientos. Sintió su corazón bramar de dolor en su interior.

Atrajo su rostro al suyo, pegó su frente a la de ella meciéndola. Las yemas de sus dedos se humedecieron al tocar su mejilla, eran sus propias lágrimas se caían descontroladas sobre ella. Al intentar separarse rozó sus labios sin querer, eran aún más fríos de lo que recordaba, aun así, la besó antes de que todo se volviera negro. Antes de que la humedad se desvaneciera. De que las sábanas sustituyeran a la hierba bajo su cuerpo. De que la luna se ocultara tras el techo de su habitación. Antes de dejar de sentirla entre sus brazos.

***

La angustia asfixiante de una tristeza imposible de llorar dominaba cada fibra del cuerpo de Hans. Incapaz de dejar ir a su querida amiga, seguía abrazándola tiempo después de haberla encontrado. Gritaba desesperado contra su pecho sin recuperar el control sobre sí mismo.

Entonces, algo inaudito ocurrió. Lo último que cualquier vampiro esperaría en esas circunstancias. Tanto fue así, que lo primero que le cruzó la mente fue que aquello era el preludio de perder el juicio sin vuelta atrás. Escuchó un sonido. Tan solo un soplo. Un ápice de susurro. Un latido.

-¿Katrina?-Preguntó incrédulo de sus propios sentidos.

No hubo respuesta. Suspiró exasperado consigo mismo. “No es real” pensó. En silencio se quedó allí observando el rostro de ella sentado en el suelo, exhausto.

-Después de unos minutos algo en la porcelana blanca que eran las mejillas de Katrina le llamó a atención. Unas diminutas manchas circulares de color marrón se dibujaron bajo sus ojos. Primero fue solo una, luego dos, minutos más tarde una tercera… Hasta que al cabo de unas horas sus mejillas estaban cubiertas de pequeñas pecas sobre la piel sonrosada. Estaba al borde de volver a tacharse de loco así mismo hasta que un olor inconfundible despejó todas las dudas y elucubraciones. El olor a sangre humana.

La levantó en sus brazos para llevarla a un lugar más cómodo. La tendió sobre el sofá del salón y comprobó sus constantes vitales. Su corazón latía, de forma débil e irregular, pero latía. Sin embargo, no respiraba. Probó a hacerle el boca a boca sin ningún éxito. Comenzó a dar vueltas por la habitación desesperado, buscando una solución. “¿Llamar a un médico? ¿Cómo les explico que un cadáver ha vuelto a la vida?” Se tiró de los pelos pensando que la única persona con la que tenía confianza suficiente para pedir consejo era la misma que estaba moribunda en el sofá.

Un médico…” Hans sacó su teléfono móvil y abrió la agenda. Marcó sin demasiada esperanza. La línea se abrió al otro lado.

-¿Gabriel?

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