Leer desde el principio AQUÍ
**DISCLAIMER** Esta novela contiene palabras malsonantes, consumo de drogas y escenas de violencia y/o abuso.
Anteriomente>>CAPÍTULO 17
BLACK FOREST, LA NIEBLA
Capítulo 18
“Katrina”
Dies Irae
1722, Black Forest.
Tras semanas sin salir. Catalina, sin sangre de la que alimentarse, se descomponía en su lecho en la oscuridad.
La puerta de madera se quejó del esfuerzo que le suponía abrirse después de tanto tiempo. Allí estaba ese bastón de nuevo.
-Aquí huele a muerte.-Constantine desveló una copa frente al rostro de Catalina. La tomó y bebió de ella casi poseída por la influencia del líquido escarlata en su interior. No separó el recipiente de sus labios hasta que la última gota se derramó por su garganta.
El olor a muerte desapareció, recuperó el volumen natural de su cuerpo, el color de su piel…
-Debo reconocer que eres la criatura más hermosa que he visto jamás Catalina.-Constantine la observaba con cierta nostalgia.-Nunca olvidaré la expresión de tu carita aquel día… agarrada de la mano de tu madre, escondiéndote detrás de su falda… tan pequeña… tan vulnerable… Y sin embargo, ahora me desobedeces, te enfrentas a mí…
-Eres el demonio.-Susurró.
-Estás enfadada conmigo. Lo entiendo, pero piensa en qué vida tan miserable podrías haber tenido ¿Crees que soy lo peor que podía pasarte? Tu madre estaba desesperada, te habría vendido a cualquiera, querida ¿Cómo podía permitir que algo tan bello como tú acabara en malas manos?
-¿Y no has tenido suficiente? ¿Necesitas más? ¿Tu maldad no tiene límites?
-Oh… ¿Estás celosa querida?-Constantine recogió un mechón del cabello de Catalina y lo colocó detrás de su oreja.-No tienes de que preocuparte, solo es un entretenimiento nada más… tú siempre serás mi favorita.
-¿Qué es lo que quieres? No esperarás que me crea que después de todos estos días de confinamiento has venido únicamente para darme una copa de sangre y decirme lo bella que soy.
-Echaba de menos a mi esposa.-Aquellas palabras parecían sinceras. A Catalina se le revolvió el estómago pero no por las palabras, sino por la sensación de alivio y esperanza que aún le hacían sentir. Se enfermaba así misma.-Quiero que me acompañes a un sitio. Es un acontecimiento importante. Y quiero que estés allí, a mi lado.-Constantine se levantó sin esperar una respuesta.-Vístete. Pediré que nos preparen el coche.
Fuera del castillo en la fría noche solo se podía escuchar a los caballos resoplar y golpear la graba con los cascos. Catalina quedó bloqueada en mitad del camino.
-Señora, apresúrese se quedará helada si no sube pronto.-Le recomendó el mayordomo.
Catalina entró en el carro sabiendo lo que encontraría en su interior. A un lado estaba Constantine y al otro la pequeña muchacha de cabellos rubios… que se habían vuelto blancos… sus pálidos ojos llenos de confusión se habían tornado rojos y airados. Miraba a Catalina con odio, como si su mísera presencia le molestara.
-Mi querida Catalina deja que te presente a Lizbeth, Lizbeth ella es Catalina, mi esposa.
-Encantada.-Musitó inclinando ligeramente la cabeza.
-Lo mismo digo.-Contestó Catalina sentándose en el hueco entre Lizbeth y la ventana.
Conforme descendían la colina, un murmullo de gente vociferante se hacía presente. El carro se detuvo frente a la Capilla dónde se encontraba el tumulto reunido iluminado por el fuego de sus antorchas.
-Salid queridas.-Propuso Constantine.
Catalina salió la primera y sus ojos se encontraron con la escena. Una jauría de gente bramaba en torno a una plataforma colocada delante de la ermita. Sobre ella una mujer atada a un poste devolvía una mirada furiosa a la muchedumbre ignorante. Sus ojos se encontraron con los de Catalina. Era la mujer del lago, pero parecía más mayor. Su pelo era blanco, su cara estaba cubierta de arrugas. Con el vaivén de las sombras danzarinas que proyectaba el fuego, Catalina, no era capaz de calcular qué edad podía tener. Al lado de la mujer, con un enorme crucifijo, el párroco del pueblo relataba a los asistentes los numerosos delitos de brujería que había cometido. Entre ellos, se le acusaba de haber maldecido a Black Forest con una plaga diabólica.
-Krysta Niemec, Sí confiesas tus pecados ahora, con la ayuda de Dios, serás perdonada. Te ofreceremos misericordia con una muerte más rápida y menos dolorosa.-El pueblo furioso respondió con gritos de “a la hoguera” exigiendo justicia por sus seres queridos fallecidos a causa de la maldición.
-¡Yo no he matado a nadie! ¡El culpable está entre vosotros! ¡Ni siquiera os preguntáis por qué nunca le habéis visto envejecer! ¡Borregos!-Gritó Krysta a la marabunta.
Catalina miró a Constantine con temor. Aquella mujer iba a ser ejecutada y era inocente.
-Constantine, debes hacer algo. Tú sabes lo que ha causado la muerte de esas personas… Tú lo sabes…
Constantine le devolvió una mirada llena de suficiencia. No iba a detener la ejecución. Estaba disfrutando, manejaba a aquellas personas como a ovejas. Era el ser más poderoso del mundo, fuerte, inteligente, manipulador e inmortal. Entonces, Catalina lo vio claro y se maldijo a sí misma por no verlo antes. La debilidad de Constantine no era ella, ni Lizbeth, ni siquiera la sangre. Su debilidad era el ansia de poder. El control. Ser el amo y señor.
El poste comenzó a arder, las llamas se alzaban ante el clamor de la gente. Krysta soltó un alarido de dolor cuando el fuego la alcanzó, se removió dentro de las gruesas cuerdas. Sus rizos se pegaban a su piel cubierta de sudor. Catalina caminó en su dirección sorteando a la gente a su paso.
-¡Alto! ¡Catalina vuelve inmediatamente!-Gritó Constantine. Pero no funcionó. La orden no hizo efecto. El vínculo había desaparecido y Catalina siguió avanzando con los ojos clavados en Krysta.
“Estás a salvo. No volverá a hacerte daño.”- La voz de la bruja resonaba en su cabeza. Estaba ya frente a la plataforma. Un hombre de gran tamaño le impidió el paso.
-Retroceda. Es peligroso.
-Voy a subir.-Susurró Katrina.
-¡He dicho que se aparte!
A penas rozándole con los dedos Katrina le echó a la multitud. La gente se apartó asustada. Llegó al poste y levantó el rostro de Krysta con sus manos. La mitad de su cuerpo ya era pasto de las llamas. Sus ojos pálidos se abrieron por última vez, cansados pero determinantes. Sus labios susurraban palabras ininteligibles cada vez a mayor velocidad. Las rodillas de Catalina se doblegaron, su espalda se arqueó hacia atrás hasta que su coronilla tocó el suelo. Sus ojos quedaron en blanco perdiendo por completo la voluntad, y entonces, un extraño símbolo ardiente apareció en su frente. Para cuando Catalina recuperó la consciencia Krysta ya había desaparecido, en su lugar, solo quedaron llamas, cenizas y una promesa: “Estamos juntas”.
La muchedumbre gritó aterrada. Catalina miró a su alrededor, levantó las palmas de las manos. El viento se agitó con violencia y las nubes se arremolinaron entorno a la luz de la luna. La tierra tembló bajo los pies de la gente.
-¡Qué se levanten las víctimas de esta maldición!-Gritó Catalina con los colmillos afilados.
Las lápidas cayeron alrededor de la ermita y en las profundidades del bosque se iluminaron con la luz de la luna. Numerosos brazos atravesaron la tierra tirando de los cadáveres hacia el exterior. De esta salieron aquellos fallecidos por la silenciosa plaga. Levantaron sus pútridos cuerpos. La gente gritaba de puro terror. Lizbeth se ocultó detrás del cuerpo de Constantine que observaba furioso la escena.
-¡Señalad al verdadero ejecutor de vuestro homicidio!-Ordenó Catalina a su ejército de cadáveres.
Cientos de dedos índices en estado de avanzada descomposición apuntaron en la misma dirección. Constantine.
-¡Mientes! ¡Bruja!-Le acusó airado.
Catalina bajó de la plataforma. La muchedumbre se apartaba a su paso sin quitarle los ojos de encima. Los muertos le seguían. Sus ojos brillaban puro rojo en la penumbra, su melena negra ondeaba tras ella como una bandera. Constantine retrocedió y echó a correr a toda velocidad dejando a Lizbeth atrás. Catalina lo persiguió hasta el lago donde los cuerpos de las víctimas lo habían rodeado.
-¡Ríndete! ¡Es tu fin!
Constantine rio. Su piel había palidecido, sus colmillos sobresalían y sus ojos eran completamente rojos. Estaba perdiendo el control de sí mismo.
-¿Crees de verdad que puedes acabar conmigo? ¿Tú? Eres mía Catalina y siempre lo serás…
-Nunca he sido de tu propiedad. El poder que tenías sobre mí ha desaparecido y a ti también te haré desaparecer.
-Debí dejar que murieras cuando tuve la oportunidad.-Sacó la hoja del bastón apuntando hacía Catalina.
-Demasiado tarde para arrepentirse.-Avanzó con paso firme.
El viento volvió a levantarse, las víctimas del plomo se tornaron en polvo creando un remolino que les rodeó a los dos. Constantine se abalanzó sobre ella puñal en mano, para su sorpresa Catalina se movía a gran velocidad. En el aire se dibujaban y difuminaban caras y figuras que hacían aún más difícil seguir su pista. Parecía que todo Black Forest conspiraba en su contra. Se concentró en los faros de rojo sangre que, sin duda, eran los ojos de Catalina. Cuando se hizo con ellos envió un potente pensamiento.
-¡NO TE MUEVAS!-Gritó enfurecido.
El polvo se detuvo suspendido en el aire. Buscó aquellos ojos, pero los había perdido. Se movió entre el polvo espeso como la niebla baja. Había silencio. Demasiado silencio. No se oía el gentío de la iglesia, los animales nocturnos del bosque, ni a una sola hoja mecerse siquiera. Incapaz de percibir ni el recuerdo de su olor. Simplemente se había desvanecido.
Apretó los dientes frustrado. Siguió caminando durante un periodo que pareció infinito hasta que de nuevo unos faros rojos se prendieron ante él. Aceleró todo lo que sus piernas inhumanas le permitían alcanzar, hasta agarrar a su presa con fuerza por el cuello. El rostro pálido y atemorizado de Lizbeth apareció tras el velo de polvo.
-¡¿DÓNDE ESTÁ?! ¡¿DÓNDE ESTÁ CATALINA?!
-¿Qué importa? Constantine huyamos, te lo imploro, dejemos atrás este lugar maldito.-Suplicó la pequeña.
-¡NO ME IRÉ HASTA VERLA MUERTA!-Apartó a Lizbeth tirándola al suelo.-¡NO HUIRÉ COMO UN COBARDE! ¡CATALINA ME PERTENECE! ¡¿ME OYES?! ¡ES MÍA!
Una sensación fría, demoledora, poderosa atravesó su cuerpo desgarrando el interior con asombrosa facilidad. Era la primera vez, en mucho tiempo que esa sensación se manifestaba en su interior, dolor. Antes de ser siquiera consciente, la dulce mano que antes lo había acariciado con ternura aferraba su corazón sacándolo fuera de su torax. El puñal ya no estaba, en algún punto lo había perdido.
-Catalina…
-¿Me buscabas querido? Aquí me tienes.-El puñal se hundió hasta lo más profundo, la hoja se abrió paso entre los tejidos del órgano inerte en las delicadas manos de Catalina.
Constantine cayó de rodillas, sus ojos perdieron el color rojo dejando ver un marrón con algunas vetas verdes. El tono de su piel se volvió sonrosado, su propia sangre cayó del interior de su boca y el hueco en su pecho.
-¡NO!-El grito ensordecedor de Lizbeth cortó el bosque por la mitad. Corrió al encuentro de su amado Constantine y lo abrazó. Sin embargo, no llegó a tiempo, entre sus brazos el cuerpo de aquel hombre se deshizo en cenizas uniéndose con el resto del polvo. Llevándoselo el viento. Poniendo fin a su eternidad para siempre.-¡TÚ! ¡ERES UN MONSTRUO!
-Ven, te ayudaré a acabar con el vínculo. Serás libre.
-¡NO ME TOQUES!
La niña, encogida en sí misma se negó en rotundo a moverse de allí. Respondía de forma agresiva e irracional. Su vínculo con Constantine era mucho más fuerte que el de Catalina. Para ella era el amor de su vida, esa era su realidad y la única que podía aceptar. No recordaba nada antes que él. Ni la transformación, ni que Catalina intentó impedirlo, ni a la otra pequeña tendida en el suelo… Nada… Solo él…
Catalina regresó a Blackesley. Ordenó a todo el servicio que saliera. Entró en el salón donde se encontraba la chimenea más grande del castillo. Concentró sus sentidos en busca de algún signo de vida en la cercanía.
-Haz que arda.
Con esas tres sencillas palabras se hizo el fuego. Comenzó por la chimenea y en poco tiempo tomó la sala, extendiéndose por toda la arquitectura del edificio.
Salió del castillo cuando estuvo envuelto en el humo. Bajando la colina se encontró de nuevo con la gente en los alrededores de la ermita. Cientos de ojos confusos y atemorizados la miraron. Haciendo uso de su poder, Catalina invadió sus cabezas llenándolas de fría influencia vampírica.
-El lago está envenenado. Nadie debe volver a tocar sus aguas. El pueblo ha reclamado justicia, y los condes han pagado.
Salió del Castillo colina abajo. Una marabunta de furia la sorteó en el camino. Cientos de personas ciegas de ira subían hasta el castillo antorchas en mano, bramando maldiciones nacidas del más intenso de los odios.
Catalina Blackesley desapareció entre las llamas para los documentos históricos. Con el tiempo el castillo fue restaurado evitando su derrumbe, pero Catalina nunca lo volvió a pisar.
Dejó el nombre de condesa enterrado junto con el de su infancia. De ahí en adelante, tomó otro nombre con el que dio comienzo su nueva existencia.
Katrina.
¿Te gusta mi trabajo?
Puedes ayudarme uniéndote a mi Patreon o invitándome a un Ko-fi 🙂
Siguiente>>CAPÍTULO 19
¡¡Gracias por leer!!
Sígueme aquí para no perderte nada 😉