Black Forest La Niebla | 38

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Esta novela contiene palabras malsonantes, consumo de drogas y escenas de violencia y/o abuso.

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BLACK FOREST, LA NIEBLA

Capítulo 38

Sam, cuídalo por mí.

Lo vas a Olvidar

-Venga, venga… Iríamos juntos…

-No sé, es que no tiene mucho que ver con lo que busco.-Sam no estaba convencido.

-Por favor…-Suplicó Grace.

-Yo paso, no deja de ser trabajar gratis. Si quieren que vaya que me paguen.-Protestó Kazu.

Grace resopló cansada.-Lo que tú digas pero, es una muy buena oportunidad. Al menos, apúntate. Cuando sepas que tienes la opción te lo piensas.

-Vale, vale.-Sam toma el boli que cuelga del tablón de anuncios del hall principal de la academia y escribe su nombre completo en la hoja de la solicitud.

-¡Bien!-Gritó Grace victoriosa.

-¿Por qué tengo la impresión de haber pactado con el demonio?-Sam dejó el bolígrafo en su sitio.

-Porque el capitalismo lo es.-Dijo Kazu con sorna.

-No eras tan reivindicativo cuando te conocimos ¿Qué te ha pasado?-Preguntó Grace alzando una ceja.

-Era joven…

-Fue el año pasado…

Sam Se quedó callado mirando el anuncio de inscritos ¿Era una buena oportunidad? Lo era. Pero ser seleccionado significaba salir del país, irse lejos como mínimo un año de formación. Eso estaba muy lejos de los 50 minutos que tardaba el autobús en llevarle a Black Forest. Un sentimiento de nostalgia le invadió.

-Sam ¿Has visto las reproducciones de tus canciones?-Dijo Grace sacando su móvil.

-No…-Respondió él con la mirada ausente.

-¡Pues ya lleva más de 5000!

-¡No puede ser!-Kazu le quita el teléfono para comprobar.-¡Si la subiste ayer! ¡Es impresionante!

-¡Sí! Con esto te seleccionan seguro…-Grace se volvió enseñando la pantalla, pero Sam ya había empezado a caminar hacia el exterior de la academia.

-¡Sam!-Le llamó Kazu.

Se despidió de sus colegas levantando una mano aún de espaldas. Atravesó los jardines para ir a los dormitorios. Una vez allí recogió un manojo de llaves. Las llaves que le había dado el notario que llamó hacía ya un año para informarle de que Blackesley era suyo. Se las guardó en el bolsillo y salió de la habitación camino a la parada del autobús.

Al llegar le sorprendió lo alta que estaba la hierba de la parcela, no era raro después de tanto tiempo la vegetación había crecido, la humedad de la zona lo facilitaba. Subió los peldaños, con cada uno de ellos la tensión en sus entrañas aumentaba. Introdujo la llave en el portón de entrada, giró oponiendo cierta resistencia hasta que se abrió emitiendo un sonido chirriante. El frío, la húmedad interior y el vacío le sobrecogieron. No quedaba ni un solo mueble, ni un solo cuadro, nada. Subió las escaleras sin tocar la baranda, estaba cubierta por una espesa capa de polvo.

En la puerta de la habitación de Katrina se tomó un momento. Inspiró hondo, recordándose así mismo que no estaría al otro lado. Que no le esperaba. Que no vería nada más que una habitación vacía. Empujó la hoja de madera con la yema de los dedos, esta cedió. Soltó un suspiro contenido al comprobar que se equivocaba. La sala no estaba vacía. Delante del ventanal, el único del castillo cuyas ventanas no estaban tapadas, se encontraba la silueta de un objeto oculto bajo una sábana blanca. Se acercó para destaparlo. La cubierta negra del piano resplandecía con los tímidos rayos de sol que se atrevían a traspasar las espesas nubes que plagaban Black Forest. Se sentó en el taburete frente a las teclas, levantó la tapa que las cubría. En el medio del teclado una hoja de papel doblada por la mitad le llamaba.

– “Sam, cuídalo por mí. Katrina

Se le humedecieron los ojos. Sin embargo, se alegró de haberse atrevido a ir. Katrina no había desaparecido, no había sido un sueño. Simplemente ya no estaba. Pero el tiempo que pasaron juntos permanecería para siempre. La nostalgia le llevó a tocar las primeras notas del verano de Vivaldi. La imagen de Katrina tocando a violín la pieza de forma magistral le cruzó la mente. Sus pies desnudos bailando al compás. Su vestido vaporoso siguiendo cada movimiento.

Fue a cerrar la tapa cuando una imagen se coló por el rabillo de su ojo. Se giró hacia la puerta entornada. Esta se abrió lentamente. Al fondo del corredor la imagen de una mujer con una melena rubia rizada se materializaba y desdibujaba.

-Krysta.-Sam se levantó del taburete y siguió a la imagen.

A sus ojos le costaban enfocarla. En ocasiones desaparecía. A la vez que sus pasos le alejaban del piano el frío se hacía presente. Con una presencia similar a la que sintió la noche de su cumpleaños. Se precipitó escaleras abajo todo lo rápido que pudo. El dolor en las sienes le dificultaba mantener el ritmo. Siguió a Krysta hasta el jardín, una vez allí el frío le devoró. Le doblegó contra el suelo mientras se revolvía luchando por no perder el control de sí mismo.

Los ojos azules de Krysta se le aparecieron entre las llamas. “Mi Sam” consiguió entender entre el ensordecedor crepitar del fuego. El calor le abrasaba la piel hasta llegar a los huesos, el humo llenaba sus pulmones hasta que todo lo que podía oír eran sus propias toses tratando de abrir las vías respiratorias desesperadamente.

Abrió los ojos en mitad del jardín. Recuperó su respiración fuerte y constante. El fuego desapareció, el frío también y Krysta con ellos. Todo lo que quedó fue la estampa nocturna. La luna brillaba tras las nubes sinuosas iluminando de puro blanco los tejados del castillo, las puntas de lanza de los abetos. Se le pasó por la cabeza que Krysta estuviera atrapada en Blackesley. Desechó la idea al instante, no era posible. Aquella sensación invasiva en su cumpleaños le pilló lejos de allí, y aunque no llegó a verla sabía que era ella. Además, vivía anclada a la existencia de Katrina. “Entonces… ¿Cómo puede materializarse sin estar ella cerca?”

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