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**DISCLAIMER** Esta novela contiene palabras malsonantes, consumo de drogas y escenas de violencia y/o abuso.
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BLACK FOREST, LA NIEBLA
Capítulo 35
“Una lágrima”
If I Say
-Sabes… podría quedarme, en realidad el camino a Herish no es tanto.
-Sam…-Katrina suspiró.
-Ahora no hombre… ¿Cómo dices eso?-Hans se aparta de ellos y se mete en el coche.
El maletero del vehículo estaba abierto frente a ellos. En su interior se encontraban las pertenencias de Sam en un par de maletas que no estaban solas. Junto a ellas el equipaje de Hans y Katrina. El augurio inequívoco que cerraba una etapa de su vida para siempre.
-A ver…-Katrina tomó aire.-Si quieres puedes quedarte en tu casa, pero creo de verdad que deberías probar la residencia en la ciudad. No perderás tanto tiempo de transporte y tus amigos van a estar allí… Puedes volver los fines de semana a ver a tu madre.
-Me refiero aquí… en Balckesley… contigo…
-Sam… No puedo quedarme en Black Forest… Sabías que me iría al final del verano.
-Sí, lo sé… aun así… Katrina hemos superado el efecto del sol juntos… ¿No es eso una señal?
-Es una señal de que dependo más de la sangre humana que antes.
-No puedes pedirme que te deje ir sin más… sobre todo sabiendo que…
-Que me esté debilitando no tiene nada que ver contigo.
-¡Pero puedo ayudarte!
-¿Y qué vas a hacer? ¿Darme sangre hasta que desfallezcas?
-¿Y Krysta? ¿Es ella una bruja, no? ¿No puede ayudarte?
-No… no he vuelto a verla…-Katrina desvió la mirada, los ojos de Sam se le clavaban en el alma, la traspasaban invasiva y masivamente.
-Hay algo que no me estás contando… Llevo notándolo hace tiempo y no quieres decírmelo.
-No debí seguir alimentándome de ti, sabía que era un error.-Katrina cerró el maletero.-Sube al coche.
-Katrina… Dímelo
-¡A este ritmo se nos hará de día!-Grito Hans desde el asiento del conductor.
La discusión terminó. El camino a Herish se hizo más largo de lo habitual. Las luces naranjas de la carretera pasaban contando los segundos. La cuenta atrás para el adiós.
La residencia de la academia daba a los mismos jardines. El silencio contrastaba notablemente con el ambiente festivo y juvenil que se respiraba el día de las audiciones. Parecía que aquel lugar se adaptaba a la perfección al estado de ánimo de los presentes.
-Yo esperaré en el coche.-Hans se encendió un cigarro.-Buena suerte Sam.
-Sí… gracias.-Sam entró en la residencia con sus maletas, Katrina le seguía.
La residencia tenía un aspecto algo anticuado, pero acogedor. Paredes amarillas, plantas de plástico, buzones en la pared… En el centro de la sala había un mostrador en el que un hombre entrado en años le gritaba a un televisor de tubo que parecía haber perdido la señal por enésima vez ese día.
-¡Maldito cacharro!-Gritó al aparato a la vez que le asestaba un par de golpes.
-Buenas noches…-Dijo Sam sin muchas ganas.
-Buenas.-Contestó el hombre.-¿No es un poco tarde?
-¿Hay toque de queda?
-De lunes a jueves sí.
-Vaya… no lo sabía…
-A ver…-El señor se asomó un poco por encima del mostrador para ver que el chico llevaba unas maletas.- Eres nuevo ¿No? ¿Tu nombre?
-Samuel Llagaria.
-Llagaria, Llagaria…-El hombre murmuraba el apellido de Sam en lo que le buscaba en la lista.-¡Sí! Aquí está. Habitación 206. Tu compañero ya ha llegado. Ten tu llave. Mucho cuidado con perderla.
-Gracias.-Se la guardó en el bolsillo trasero del pantalón.
-Venga, venga. Fuera de aquí.
Sam agarró sus maletas y se encaminó en dirección a los ascensores. Una vez dentro dejó las maletas en el suelo, Katrina entró con él.
-No parece un señor muy agradable.
-Trabaja por la noche.-Defendió Sam.
Más silencio. Ese muro de hielo se había hecho fuerte en muy poco tiempo, en el peor momento posible. Tras andar un pasillo amarillo más largo de lo que se haría en una situación normal llegaron a la habitación 206. Sam introdujo la llave, un par de vueltas después la puerta cedió. Era una estancia sencilla, una ventana frente a la puerta, una cama a cada lado, un armario para compartir y un par de escritorios de madera. En el interior había un chico colocando unos pósters en un lado de la habitación.
-¡Hey! Tú debes de ser Samuel. Yo soy Kazuoshi, pero puedes llamarme Kazu.-Dijo el chico con una sonrisa tendiendo la mano a su nuevo compañero.
-Encantado Kazu, puedes llamarme Sam… ella es Katrina es…-Sam se detuvo un instante.- Una amiga.
-Un placer Katrina.
-Igualmente.
Sam dejó las maletas sobre la cama y comenzó a abrirlas, sin decir una palabra más.
-Me he cogido este lado… espero que no te importe es que he llegado temprano.-Explicó Kazu.
-No hay problema.-Contestó Sam en tono seco.
-Genial…-Kazu le dirigió una mirada a Katrina buscando señales de humanidad, no buscaba en el mejor lugar.
Su nuevo compañero se había enfocado en su tarea y no parecía salir de ahí. La tensión era palpable. Kazu no sabía que hacer, se quedó sentado en su cama buscando algo que decir para romper el hielo. Nada apareció.
-Sam…-Por fin Katrina disolvió el silencio.-Tengo que irme…
Por primera vez desde que había entrado en la residencia la miró a los ojos. Parte de la presión del aire disminuyó ligeramente.
-Que te vaya bien Katrina.
-Puedes acompañarme a la estación si quieres.
-¿Serviría de algo?
-A mí sí.
-Ya…-Sam le dio la espalda y volvió a centrarse en sacar sus cosas de la maleta.
-Ten…-Katrina dejó encima de sus cosas un papel con un número de teléfono.-Llama si necesitas algo, te ayudarán.
Resignada Katrina torció el gesto hacia Kazu. Abrió la boca para decir algo, pero no le salió. Una fuerza había tomado sus cuerdas bocales, haciendo que sus labios temblaran, el dolor de garganta le subió hasta los ojos. Los cerró con fuerza y salió de la habitación sin nada más que añadir.
Sam se apoyó con ambas manos sobre la ropa respirando con pesadez. Apretó los dientes y los puños reprimiendo con todas sus fuerzas las ganas de llorar.
-Sabes… Yo también he dejado a mi novia en Japón. Y aunque fue duro me alegro de que me acompañara al aeropuerto.
Sam dio media vuelta y miró a Kazu.-Parece que el decirle a todo el mundo lo que tiene que hacer es multicultural.
-Vaya… Disculpa, no debería de haber dicho eso…
-No, no deberías.
-Solo era por si ibas a echarla de menos. Supongo que me equivoco.
-Mira, no me ayudes tanto.
-Vale.-Kazu se levantó de la cama para salir.-Ah, por cierto. Ha venido antes una chica preguntando por ti.
-¿Qué chica?
-Dijo que se llamaba Grace, o algo así.
-¿Y qué quería?
-No soy tu recadero.-Kazu salió de la habitación bufando.
Dejó escapar un soplido. Sobre la cama estaba el papel que había dejado Katrina, de su puño y letra. Por los primeros dígitos pudo adivinar que se trataba del número de un teléfono fijo. “Te ayudarán”. Sintió la angustia apoderarse de su estómago al buscar el porqué de ese teléfono. Lo único que se le ocurrió fue que contactar con Katrina ya no iba a ser posible. Iba a desaparecer por completo. No había un mañana. No había otro momento. Otro día. Otra oportunidad. Era el final. Se cernía sobre él y por mucho que se opusiera ya era una realidad tangible en ese mísero trozo de papel.
Salió de la habitación corriendo. El ascensor estaba ocupado. Bajó por las escaleras y corrió hasta llegar a la calle. El coche de Hans ya no estaba.
-¡Mierda!-Se llevó las manos a la cabeza.
-Y tanta.-Dijo Kazu a su espalda echando el humo de un cigarro entre sus labios.
-¿Cómo puedo llegar a la estación de tren?
-Hay una parada de bus enfrente.
-¡¿Y cuál lleva a la estación?!
Kazu puso los ojos en blanco. Algo llamó su atención al fondo de la calle y su semblante descarado se vino abajo.
-¡Es ese! ¡Corre!
Sam no necesitó más. Cruzó la zona ajardinada a toda la velocidad que sus piernas le permitían después de bajar corriendo las escaleras de dos en dos. El autobús estaba a punto de llegar a la parada cuando llegó al asfalto. No había gente, el autobús pasaría de largo. Con una decisión temeraria Sam se metió por medio. El conductor frenó pulsando el claxon.
-¡Pero muchacho! ¿Estás loco?
-Es…-A Sam le faltaba el aire al llegar.- Una emergencia…
Tardó alrededor de veinte minutos en llegar. Al bajar las piernas le ardían. Siguió corriendo como pudo hasta la estación. En el andén no había nadie debía ser el último tren. Al fondo, el viento levantó la melena negra de Katrina. Tenía un pie dentro.
-¡KATRINA!- Siguió corriendo a su encuentro.
Al llegar a su altura se dejó caer con las manos sobre las rodillas tratando de recuperar el aliento.
-¡Sam! ¿Estás bien?
-¡No!… No lo estoy…-Sam abrazó a Katrina. Ella notó que la temperatura de su cuerpo era elevada, su corazón bombeaba sangre a sus extremidades a ritmo de carrera. Sam se apartó de ella aún jadeante.- Deja que vaya contigo…
-Sam…-Katrina negó con la cabeza.-No puede ser… Tu vida está aquí. Tu futuro está aquí.
-Quiero estar contigo, lo demás me da igual…-Sam sostuvo su rostro entre las manos con actitud suplicante.
-Sam… Krysta… Krysta quiere que te mate…
Sam se separó de Katrina.
-Está debilitándome para que ceda… Por eso no puedo quedarme. Tu sangre me ha ayudado, pero… no sé cuánto tiempo tardará en dominarme… no quiero saber que te ocurriría si estuvieras cerca…
-Tiene que haber una solución…
-No la hay…
Las emociones les susurraban empujándoles al límite del autocontrol. Unas voces que encerraban la mente en una pecera hermética, transparente pero silenciada por una realidad demasiado gruesa.
-Me estás diciendo que vas a…-Los ojos de Sam se llenaron de lágrimas.- Que vas a…
-He vivido suficiente.
-¿Desde cuándo lo sabes?
-Desde hace meses.
-Y no me lo has dicho…
-No ¿Eso es egoísta?- Katrina preguntó en alto sin esperar una respuesta.-Puede ser… No quería que el tiempo que pasaras conmigo fuera pensando en eso.
Sam tomó su mano con la suya y la beso.-Voy a echarte de menos…-Susurró en sus labios.
-Y yo a ti, voy a echarte más de menos que a la luz del sol.
-¡Señorita! ¡El tren no espera a nadie!- Un revisor mal humorado les interrumpió.
-¡Sí! ¡Ya voy!-Katrina volvió a besar a Sam.-Hasta siempre.
Se apartó de él para subir al tren.
-¡Katrina!-Gritó Sam.-¡Te quiero! ¡Siempre lo he hecho!
-Yo te quiero a ti Sam. Siempre lo haré.
La puerta del tren se cerró. Como un muro de metal cortó el espacio. El vehículo comenzó a moverse y en pocos minutos abandonó la estación. La angustia en la garganta de Katrina tomó el control, doblegando todas sus fuerzas. Sintió sus rodillas ceder, se apoyó con ambas manos en la puerta. La palma de Hans se posó en su hombro. Ella se giró para mirarle. Sus ojos transitaron entre la tristeza al asombro en segundos. Tocó la mejilla de Katrina con la yema de los dedos.
-¿Qué ocurre?-preguntó ella con un hilo de voz.
-Una lágrima.
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