Black Forest La Niebla | 27

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Esta novela contiene palabras malsonantes, consumo de drogas y escenas de violencia y/o abuso.

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BLACK FOREST, LA NIEBLA

Capítulo 27

“¡TRANSFÓRMALE AHORA!”

Lullaby

-Buenos días.-Dijo Sam al entrar en la cocina.

-Buenos días.-Respondieron Tomás y Katrina a la vez.

La luz del sol iluminaba la estancia por completo. Era pequeña pero completa. En el centro de la sala una mesa de madera para cuatro presentaba una variedad de mermeladas y rebanadas de pan cortadas dentro de una cesta de mimbre. Las paredes blancas cubiertas de platos daban la calidez que daría la casa de una abuela.

-Qué temprano os habéis levantado.-Casi no le da tiempo de terminar la frase al saludar a Katrina con un beso.

-Pues no hemos sido los primeros. Yakima y Leah ya se han ido.-Le informó Tomás.

-¿Sí? Desayuno corriendo y vamos con ellas.

-Sí… Yo voy a esperar a Sara.

-Es raro que tarde tanto ¿No? Normalmente, es la primera en llegar.-Dijo Katrina extrañada.

-Salvo cuando son vacaciones, en realidad es una dormilona. Puede que tarde ¿Seguro que prefieres esperarla?-Le preguntó Sam escribiendo círculos sobre la rodilla de Katrina.

-Sí, seguro.

***

-¡Pero no te rías! Estás todo el rato moviéndote, así es imposible.-Dijo Yakima entre risas.

-Perdón, perdón. No puedo evitarlo con esa cara tan seria que pones…

Ambas estaban tumbadas sobre sus toallas en la arena bajo una sombrilla. Yakima tenía una libreta en su regazo en la que dibujaba, o lo intentaba, a Leah que posaba como si fuera Kate Winslet en Titanic, solo que con el bikini puesto.

-¡Chicas! ¿Qué hacéis?-Sam se adelantó a Katrina al llegar a la playa.

-¡Nada!-Yakima guardó la libreta inmediatamente.

-¡Estás dibujando a Leah! Quiero verlo.-Sam se lanzó a por el cuaderno.

-¡No! Idiota.

-Vale, vale. -Salió de la sombrilla con los brazos en alto en son de paz.-Le estaba diciendo a Katrina de ir a la tienda a por algo de beber.

-Somos unos borrachos.-Sentenció Leah.

-¿No quieres?

-No he dicho eso.

-Perfecto, pues voy a por algo para vosotras también. Ahora vuelvo.-Sam se aleja para encontrarse con Katrina en el camino.

-¡Katrina!-Grita Leah desde la sombrilla.-¡Vente con nosotras!

-¿Puedes encargarte de las bebidas tú?

-Van a ser cuatro botes… ¿Crees que es buena idea dejarme una tarea de tanta responsabilidad a mí solo?

-Idiota.

-Ya es la segunda vez y llevo una hora y media despierto.-La sonrisa de Sam no se había ido en todo el fin de semana y amenazaba con ser más encantadora con cada minuto que pasaba.

Katrina vio como se iba hacia la tienda entre la hierba de las dunas. Se giró en dirección a la playa. El brillo del sol sobre el agua la deslumbró. Se llevó la mano al entre cejo. Hacía aún más calor que el día anterior y el sol no daba tregua. Sentía los rayos de este sobre sus hombros atravesando cada capa de piel. Vio a sus amigas caminando hacia el agua, ajenas al infierno personal en el que Katrina había caído. Corrió a ocultarse bajo la sombrilla y se cubrió con una de las toallas. En ese punto era incapaz de abrir los ojos. Habían sido siglos sin experimentar el poder del sol sobre ella y parecía que ese día estaba tomando venganza.

***

-Sara…-Tomás llamó a la puerta de la habitación de Sara harto de tanta espera.

-¿Qué quieres?

-¿Vas a ir a la playa o no?

-Pues… no, no me apetece.

-¿Por qué?

-No, no tengo bañador…

-¿Me estás diciendo que en ese armario con ruedas que has traído a la playa no hay bañadores? No me lo creo.

-¡Es la verdad!

-Mentira.-Tras un momento sin respuesta Tomás decidió preguntar.-¿Qué es lo que pasa?

-Me quedan pequeños… todos… he engordado otra vez…

-¡No pasa nada! Podemos ir a la tienda y comprar otro.

-¡No quiero uno más grande! ¡Estos ya son grandes!

-No lo son si no te valen. Y el que compremos tampoco será grande será el que te quede bien.

-Ninguno me quedará bien.

-Eso tampoco cuela ¿Me abres? Hablar con una puerta no es mi hobby precisamente.

-Está abierta, tonto.

-Es que no sabía si… da igual.-Tomás entra en la habitación.

Sara está frente a un espejo de cuerpo entero con una bata puesta. Sus ojos vidriosos y la zona de la ojera enrojecida destierra la sospecha de que hubiera estado llorando para confirmarla definitivamente.

Tomás entra y se sienta en la cama. En el único hueco que no está repleto de ropa revuelta.

-¿cuántos has traído?

-No lo sé… todos.

-¿Y no te vale ninguno?

-No.

-No puede ser…

-Pues es.

-Ya… también has dicho que no te quedará bien ninguno de la tienda.-Tomás apoyó los codos en las rodillas.- El problema real no será que no quieres verte en ningún bañador… tal vez…

-Estoy gorda… al lado de los demás me veo aún más gorda y en bañador será peor, no quiero que nadie me vea… no quiero… ni siquiera quería venir…

-Nadie te va a juzgar, somos tus amigos y esta playa está prácticamente desierta.

-¡Pero mis amigas ocupan la mitad que yo! ¡Soy la gorda! ¿Entiendes?-Sara estalló en lágrimas.

-No, no lo entiendo.

-La gente nunca me mira y cuando lo hacen es porque abulto demasiado. A los demás solo les interesan las chicas como Leah, o Katrina ¿Me equivoco?

-Sí, te equivocas. El pueblo es pequeño y la gente estúpida, en eso estoy de acuerdo. Pero yo siempre he pensado que tienes un… ¡Qué estás bien! Eso…

-Lo dices por animarme…

-¡No! No es verdad ¿Y qué si abultas más que ellas? ¿Tenemos que ser todos iguales? ¿Qué gracia tiene eso?

-¿Y si eso no es malo por qué Sam no quiso acostarse conmigo cuando se lo pedí?

-Porque no querría… así de simple ¿O es que Leah me dijo que no porque soy horriblemente feo? Porque barriga no tengo así que será eso, o porque soy un fideo igual ¿No?

-¡No! Claro que no…

-¿Entonces?

-No lo sé…

-¿Por qué le gusta Yakima? ¿Es perfecta? Nadie lo es, pero a ella le gusta. Y ya está.

-Sí… No tiene nada que ver conmigo.

-Exacto.

Las lágrimas de Sara vuelven a caer. Tomás se levanta y le da un abrazo. Sara enterró la cara en su pecho.

-¿Puedo hacerte una pregunta?-La voz de Sara sonaba algo congestionada.

-Claro.

-¿Qué es lo que tengo?

-¿Cómo?

-Has dicho: “Tienes un…” y no has acabado la frase.

-Ah… eso… Eh…-Tomás se rascó la cabeza avergonzado por su bocaza.-Te lo diré cuando te pongas un bañador y vayamos a la playa.

-De acuerdo.-Hecho el trato, Sara se quita la bata descubriendo el bañador que llevaba debajo. El bañador se ceñía a sus curvas dejando poco a la imaginación. Puede que sí hubiera más volumen que el año pasado, pero a Tomás no le pareció algo negativo. En realidad, le pareció que estaba incluso mejor, puede que demasiado. Tomás se sentó de nuevo en la cama a toda prisa con la cara completamente roja entre sus manos.-¡¿Tan horribles es?!-Preguntó Sara avergonzada, volviendo a hacer el nudo de la bata.

-No, no… es… está bien. Ve tirando tú ahora te alcanzo.

-¡Ni hablar! Me quedo.-Sara se sentó a su lado en la cama. Tomás se apartó un poco de ella como si su solo contacto quemara.-¿Pero qué pasa Tomás? ¿No puede ser tan malo como para que te portes así conmigo?-Sara estaba al borde de las lágrimas de nuevo.

-¡Qué no eres tú! Bueno sí ¡Pero no… ¡Échate para allá!

-¿Eres tonto o qué? ¿Cómo puedes hablarme de esa manera ahora? ¡Explícame qué pasa!

-¡Que me he empalmado! ¡Joder! ¿Estás contenta?

Hubo un pequeño silencio de procesamiento. Sara se quedó mirando atónita la cara de Tomás. No había ni un milímetro de su rostro sin cubrir de rojo. En contra punto Sara era incapaz de ocultar su sonrisa de suficiencia.

-Venga ríete lo estás deseando…-Tomás enterró su cara en las manos otra vez. Un acto inútil, sus orejas sobresaliendo entre los bucles castaños le delataban.

-¿Sabes una cosa? Ayer, mientras conducías me pareció que tenías un perfil muy sexy…

-Eso… ahora no me ayuda Sara…-Tomás ya no podía alejarse más, estaba al borde de la cama. Sara levantó un pie y le golpeó en la rodilla para llamar su atención.-¿Qué quieres?

-Que me digas lo que tengo.

-¡Nada! Estás buena y eres muy pesada las dos cosas.

Ella recorrió la distancia que los separaba. Se acercó a esa oreja colorada que llevaba mirándola un tiempo largo de más.

-¿Qué es lo que tengo?-Susurró.

Por fin Tomás lo captó. Separó las manos de su rostro para mirar a su amiga que se mordía el labio divertida. Él sonrió también en respuesta, se acercó a su cara.

-Tienes el mejor culo que he visto.

-No me lo has visto…

-Aún…-Tomás completó la frase, la besó, se tumbó sobre ella.

La playa tendría que esperar.

***

En la bolsa de plástico los botes de bebida acumulaban condensación. El calor en el exterior acrecentaba a medio día. Sam aceleró el paso para no quemarse, debería haberse puesto una camiseta para ir a la tienda. Al vislumbrar la sombrilla se dio cuenta de que había un ovillo de toalla bajo la sombra. Al echar un vistazo a la playa hizo recuento, Leah y Yakima se estaban bañando por lo que debajo de las toallas solo podía haber una persona.

-¿Katrina?

-¡Sam! ¿Estás tú solo?

-Sí…

-¡Sácame de aquí por favor! ¡Me estoy prendiendo fuego!

La bolsa voló lejos. Sam se metió bajo la sombrilla agarró a Katrina envuelta en las toallas y salió hacia la casa lo más rápido que podía que no era mucho teniendo en cuenta la arena y el peso. En el camino se cruzó con Sara y Tomás, que reían juntos haciéndose cosquillas y bromas internas.

-¿A donde vas, Sam?-Preguntó Sara.

-Llevo a Katrina dentro… le ha dado una insolación.

-¿Qué? Voy con vosotros.

-¡No! Déjalo, no te preocupes.-Sam improvisaba mentiras a toda velocidad, pero la supervivencia de Katrina no le dejaba y se alejaba de sus amigos sin poder dar unos motivos muy coherentes.-Ya me ocupo yo ¡No vengas!

-Vale…

Al llegar a la puerta empezaba a salir humo del interior de la toalla. Katrina hizo un amago por separarse de Sam, una vez en el suelo las piernas le fallaron y calló sobre sus rodillas. Desesperado, Sam volvió a levantarla haciendo caso omiso a sus quejas casi incomprensibles. La llevó hasta el piso de arriba a la ducha de su habitación. Abrió el grifo y la metió debajo quitándole la toalla de encima para descubrir el cuerpo de Katrina infestado de manchas negras bordeadas por un hilo de fuego que avanzaba calcinando a su paso. El agua caía sobre ella evaporándose al instante sin llegar a apagar las llamas.

-¡No se apaga!- Sam acercó una mano para hacer la prueba, al sentir el calor abrasador se cercioró de que indudablemente era fuego. -¡¿Por qué no se apaga?!

-Las llamas del infierno no se apagan.-El rostro de Katrina había perdido por completo su humanidad, sus iris eran rojos, brillantes, enmarcados en un rostro blanco en el que se transparentaban unas terroríficas venas azules, su boca se había convertido en la de una bestia, sus colmillos sobre salían haciendo palpable una amenaza punzante.-Sal de aquí Sam… huye… bajo el sol estás a salvo, déjame aquí.

Sam salió del baño. Cerró la puerta, bajó las escaleras dispuesto a seguir las instrucciones cuando se percató de lo que significaban. Katrina iba a morir. Sam paró en seco en la escalera, su sangre se heló. Sabía que tener a Katrina cerca no iba a durar. Estaba preparado para que desapareciera de su vida, pero no así. Su móvil vibró en su bolsillo. Era un mensaje de Sara. No lo leyó. Fue directamente a la agenda a marcar el número de teléfono de Gabriel.

-Dig…

-¡Pásame a Hans!

-Eh, eh. Un momento, no estoy con Hans… ¿Qué ocurre?

-¿Cómo no vas a estar con Hans? ¡Pásamelo es urgente!

-¡Es de día estúpido! Llámale a él si no me crees.

-No tengo su número, ve y despiértale. Lo que sea, pero hazlo ya.

-Espera.-Sam escucha como la línea comunica.-No contesta y no lo hará hasta que se ponga el sol ¿Qué es lo que pasa?

-Katrina está en llamas, se está quemando viva, Gabriel.-Sam no puede aguantar más. Se desploma en la escalera llorando de pura impotencia.

-V-vale… a ver… Voy a ir a Blackesley corriendo… algo se me ocurrirá. Volveré a llamarte cuando esté con él.

Después de colgar el teléfono, Gabriel, hace su mayor esfuerzo por coger velocidad. Por suerte, la llamada le ha pillado en la calle. La peor parte era la cuesta arriba, al alcanzar la verja le faltaba el aliento. Llamó al telefonillo, no hubo respuesta. Saltó la valla como pudo llevándose un roto en la rodilla del pantalón. Alcanzó la puerta. Miró a todos lados; la valla, las ventanas, el camino, la puerta. Sus ojos dieron con un pedazo de adoquín a un lado de la escalera de piedra. Lo agarró con ambas manos. Era demasiado pesado para simplemente lanzarlo. Se quitó la chaqueta, metió el adoquín dentro hizo un nudo.

-Más vale que funcione.

Levantó el saco improvisado girando sobre sí mismo, cuando creyó estar en la dirección correcta soltó la chaqueta. La piedra atravesó una ventana del primer piso. Rompió los cristales sobrantes con la zapatilla antes de entrar. El interior del castillo estaba en completo silencio. Bajó las escaleras al sótano con el flash del móvil activado. Apartó unas densas cortinas negras, al otro lado, una amplia sala minimalista con un ataúd en el medio se abrió ante él. Se acercó a la caja mortuoria, la tapa pesada demasiado o estaba cerrada por dentro.

-¡Maldita sea!- Gabriel golpeó la tapa con los dos puños cerrados. Golpeó una y otra vez.-¡Hans!

Se oyó una cerradura abrirse. Los ojos de Hans completamente rojos miraron a Gabriel con la tapa del ataúd a medio abrir.

-¿Se puede saber qué quieres?

Gabriel no contestó, pulsó la rellamada en el número de Sam que descolgó de inmediato.

-¡Sí!

-¿Sam?-Preguntó Hans obligado a escuchar el manos libres.

-¡Hans! ¡Por fin! Es Katrina ella… el sol… se está quemando Hans…

-¿qué se está quemando? Pero eso no puede ser…

-La he metido en la ducha y el fuego no se detiene.

-No, no es un fuego que puedas detener con agua.

-¿Y qué hago? ¿Qué puedo hacer Hans?

-¿Aún está consciente?

-Lo estaba hace… 10 minutos.

-Está bien. Escúchame Sam. Lo único que puede detener las llamas es que Katrina beba sangre.

-Por eso me ha dicho que me vaya…

-Me lo imaginaba. Katrina no beberá de ti por las buenas. Te va a tocar… obligarla de alguna manera.

-¿Cómo hago eso?

-Deja que vea tu sangre fluir… pero te lo advierto. Si lo haces. Te lanzas al vacío directamente. A partir de aquí Sam… tú decides.-Hans colgó la llamada.

-¿Qué? ¿Vas a dejar que lo haga solo?

-Pase lo que pase al otro lado de la línea yo…-Hans se llevó una mano al entrecejo.- no quiero oírlo. De todos modos va a tener que hacerlo solo.

***

Entornó despacio la puerta de la habitación, Katrina no había salido del baño. Atravesó el umbral, desde fuera podía oír sus jadeos. Sam tocó con la yema de los dedos el filo del cuchillo que había cogido de la cocina. Giró el picaporte del baño con el corazón latiendo en su pecho con tanta fuerza que podía sentirlo en la sien. Katrina estaba al fondo de la ducha, había apagado el grifo en algún momento. Partes de su piel estaban calcinadas y otras empapadas aún. Su respiración era pesada como la de un animal herido. Le daba la espalda con la frente apoyada entre la pared y la mampara. No parecía que hubiera oído la puerta, no había sentido su presencia. El dolor era tan insoportable que no podía concentrarse en nada más.

Sam tomó el filo con la palma de la mano haciendo un ligero corte tras el que algunas gotas cayeron las suelo. El cuerpo de Katrina se movió, giró la cabeza siguiendo el olor metálico. Pegó la espalda a la pared agarrándose a sí misma con los brazos.

-¡No! ¡Te dije que te refugiaras bajo el sol!

-Quiero ayudarte…

-¡No puedes! ¡Márchate!

-No lo haré Katrina…-Sam colocó el cuchillo peligrosamente cerca de su cuello.

-¡¿Qué haces?! ¡¿Estás loco?!

-Puede que sí.-Hizo una pequeña incisión, un hilo de sangre recorrió su clavícula.

Ese fue el momento decisivo. Nada más que un segundo. Katrina saltó sobre él, lamió el reguero de sangre, sintió el latido acelerado bajo la piel, los vasos capilares se dilataron con el paso de aquella lengua ardiente. Sam no movió un solo músculo, expectante. Los colmillos de Katrina abrieron su carne poco a poco, al principio el dolor era agudo, paralizante. Después, el calor inundaba la zona. Por último, una sensación de abandono invadía el cuerpo dejando la mente a la deriva, en este punto ya no había dolor, se entraba en un estado de placentero trance en el que el mundo desaparecía.

La sangre de Sam, tan joven, tan familiar, tan inocente. Tenía un sabor dulce y agradable. Katrina recuperaba su fuerza a pasos agigantados. Cada trago era un halo de esperanza, eran años de vida, eran euforia y placidez combinadas en un cóctel irresistible.

-¡Transfórmale!-Ordenó Krysta en algún lugar del caos dentro de la mente de Katrina.

Esa palabra hizo que se detuviera en seco. Sam aún estaba consciente. Sus ojos azules le devolvían una mirada entornada por la dilatación de las pupilas.

-¡TRANSFÓRMALE AHORA!

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