Black Forest La Niebla | 14 (II)

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                              **DISCLAIMER**
Esta novela contiene palabras malsonantes, consumo de drogas y escenas de violencia y/o abuso.

Anteriomente>>CAPÍTULO 14 (I)

BLACK FOREST, LA NIEBLA

Capítulo 14 (Parte II)

“Felicidades”

…the man with the golden gun

Emilia miró al joven delante de ella. Alto, robusto, piel morena, pelo rizado oscuro y unos ojos color miel que iluminaban su rostro.

-Seguro le costó mucho hacer algo tan hermoso con sus propias manos… es un trabajo muy delicado. -Dijo Emilia llevándose un mechón de pelo tras la oreja.

-Emilia debemos irnos.-Instó Catalina.

-Adiós señor Lombard, ha sido un placer conocerle.-Emilia retrocedió en su paso encaminándose al carruaje.

-El placer ha sido mío.

Emilia observó la figura del muchacho alejarse desde la ventanilla del carro.

-Es un chico muy educado.-Comentó- No mucha gente habría devuelto el dinero.

Catalina no opinó al respecto.

-Y… es muy apuesto.-Catalina no pudo evitar mirar a Emilia de reojo al escucharlo- Sus ojos contrastan con su pelo oscuro y rizado… tiene unas manos muy varoniles.-Emilia se miró sus propias manos, pequeñas con las uñas cortas, se imaginó sus dedos entrelazándose.

-No me he fijado.-Contestó Catalina.

***

Constantine ayudaba a Catalina a desvestirse cuando reparó en aquella pulsera tan asombrosamente cara que le había regalado.

-A veces no entiendo tus caprichos.

-Es bonita.

-Lo es, pero la gargantilla de diamantes que encargué para ti lo es mucho más y no te la pones nunca.

-Es demasiado especial para usarla a diario. Estoy esperando la ocasión que lo merezca.

-¿Y tu próximo cumpleaños? Haremos una celebración, no se cumplen 16 años todos los días.

-En ese caso la luciré ese día.

-Junto con tu vestido nuevo.

-¡Un vestido!

-Por supuesto, como tú has dicho: la ocasión lo merece.

Catalina dio a su esposo un beso en la mejilla. Él la correspondió besándole en los labios, Catalina respondió al beso que poco a poco se volvió más ávido y feroz. Catalina sabía lo que aquello significaba. Constantine la besó en el cuello empujándola suavemente hasta la cama, colocándose entre sus piernas. “Demasiado rápido” pensó Catalina. Su mente estaba fuera de la cama, confusa y fatigada.

-Querido, estoy algo cansada y…

Él la calló con un beso.

***

-Yo preferiría en azul… o en verde…

-No, el rojo te sienta mejor.-Sentenció Constantine.

Las mujeres que vestían a Catalina salieron de la habitación tras un gesto del señor. Catalina se miró al espejo, se vio a sí misma decorada con unas vistosas telas de un color rojo sangre, que resaltaba el rubor natural de sus mejillas llenas de pequeñas pecas. Se veía hermosa y aun así no podía quitarse de encima que era demasiado, demasiado llamativo, demasiado caro, demasiado obligado, una cárcel de seda.

Constantine se colocó tras ella deslizando una gargantilla de diamantes sobre su cuello. A Catalina se le pasó por la cabeza la idea de Constantine estrangulándola con algo tan valioso. Él se limitó a abrocharla. Cuando sus manos abandonaron el delicado cuello de Catalina, esta tuvo una revelación, una certeza que le había acompañado desde que podía recordar y no había sido consciente. Su cuerpo no le pertenecía.

-Estás preciosa querida, todo el mundo quedará maravillado.

-¿Todo el mundo?

-Claro, vendrán todos los inversores de la mina. Traerán amigos y a sus familias, será una buena oportunidad de ampliar contactos.

Catalina vio entonces el porqué de tanta ilusión por celebrar su cumpleaños. No era una celebración por sus 16 años de vida, era una reunión de negocios.

-Me gustaría que Emilia asistiera.

-Por supuesto, Emilia te acompaña allá donde vayas.

-No, pero me refiero en calidad de invitada, no de asistente.

Al salir de los aposentos de su esposa, Constantine, hizo llamar a Emilia para comunicarle la noticia. Él caminaba por el corredor golpeteando el suelo con su bastón a su paso. Catalina le seguía por detrás, mirando su espalda. Su figura era estilizada, alargada y elegante. Algunos mechones de pelo castaño volaban tras él escapándose de la coleta.

Llegaron a la sala de estar donde les esperaba Emilia diligentemente.

-Buenos días, señorita Brown.-Dijo Constantine.

-Buenos días, señor Blakesley, Señora.-Emilia inclinó la cabeza en reverencia.

-Tenemos una gran noticia que darle. Catalina ha tenido la amabilidad de invitarla a su fiesta de cumpleaños la próxima semana.

-¿De verdad? Eso es fantástico, pero yo no dispongo de ropa para un acontecimiento tan refinado.

-Ya nos hemos ocupado de ese detalle.

Rodeando a Catalina apareció un hombre con una enorme caja blanca.

-Espero sea de su agrado.-Dijo Constantine señalando la caja.

-¡Dios mío!-Emilia abrió la caja sacando un sencillo vestido de algodón celeste- Es precioso.-Exclamó observando el vestido con detalle.

-Estupendo, todo listo pues.

-Señor, lo cierto que me gustaría pedirle un favor.

-Adelante.

-¿Sería posible que trajera un acompañante?

-¿Acompañante? Me sorprendes Emilia ¿Y a quién le debemos el honor?

-A Damien Lombard.

Catalina que llevaba toda la conversación concentrada en la floreada alfombra levantó la vista con estupor. Hacía dos semanas que no escuchaba, ni se atrevía a pronunciar aquel nombre. Como si el solo hecho de llenar el espacio sonoro con aquellas letras pudiera ser pecado. Y sin embargo, allí estaba Emilia, diciéndolo abiertamente, sin temor.

***

El cuarteto de cuerda comenzó a tocar. La música se escuchaba desde los aposentos de Catalina que acariciaba la gema de su pulsera con un nudo en el estómago. Que la música empezara solo podía significar que la fiesta ya había dado inicio. Unos suaves golpes sobre la puerta alertaron a Catalina.

-¿Señora?

-Eres tú Emilia.

-Sí, señora. Sus invitados ya están aquí ¿No debería bajar a saludar?

-Mis invitados… ¿Ha dejado al señor Lombard solo? La echará de menos.-Suspiró.

-¡Es cierto! Olvidé decirle que el Señor Lombard al final no puede venir, se ha quedado en el taller trabajando.

En el corazón de Catalina se libraba una batalla sin cuartel, entre las ganas desesperadas de volver a ver a Damien aunque fuera rodeado por otros brazos, y el alivio de saber que no se lo encontraría en su casa.

Catalina salió de su cuarto acompañada de Emilia camino al salón principal.

-Aquí estás querida, deja que te presente a nuestros invitados.

Tras miles de apellidos interminables, felicitaciones de desconocidos, conversaciones mundanas, cumplidos sobre la casa, la decoración, su marido y más de una mirada obscena por parte de los futuros inversores de la mina, al fin, dio comienzo el baile.

Constantine y Catalina abrieron el primer paso seguidos por el resto de huéspedes y sus parejas.

-Esto es muy emocionante querida, el Señor Birdwhistle parece muy interesado en la mina su aportación puede traernos grandes beneficios, quizá abrir el mercado en el ámbito nacional. Espero que le hables con cortesía, si pudieras hacer amistad con su esposa sería espléndido.

Catalina no respondió.

-También tengo que presentarte al Señor Bytheseashore, pero más adelante cuándo haya bebido un poco, es un hueso duro de roer. Es dueño de una mina de carbón en el norte de…

Catalina pasó de no responder a no escuchar, sus ojos viajaron por la sala. Por las parejas bailando en sincronía, con una perfecta sonrisa ensayada en sus rostros. Al fondo del salón estaba Emilia, con su bonito vestido nuevo, sola, con cara afligida. Estaba claro que la fiesta no era como la había imaginado. Ya eran dos en ese barco.

-Hace exportaciones a Alemania, Noruega…

-Querido.-Interrumpió Catalina- Emilia se ve muy sola, su acompañante no ha podido venir ¿Crees que podrías bailar con ella?

-¿Quieres que baile con Emilia?

-Parece triste…

-Está bien, como desees.

La canción terminó. Tras una reverencia las parejas abandonaron la pista. El Señor Blakesley se acercó a Emilia dispuesto a cumplir el reclamo de su esposa.

-Señorita Brown ¿Me concedería el honor de bailar conmigo?

Emilia sorprendida miró por encima del hombro de Constantine buscando respuesta en los ojos de Catalina. Esta le respondió asintiendo levemente en señal de aprobación.

-El honor es mío señor.-Emilia hizo una reverencia y de la mano del Señor fue hasta la pista.

Con una pequeña copa de licor en la mano Catalina observaba la escena. Emilia parecía extremadamente incómoda tratando por todos los medios de sonreír y evitando la mirada de Constantine que a su vez se le veía distraído en sus cavilaciones. Estaba claro que aquello no era un favor para ninguno, pero Catalina necesitaba soledad, aunque solo fuera por un minuto.

-Felicidades.

Una melosa voz masculina le susurró a la espalda, una fuerte sensación de nerviosismo subió desde su estómago hasta su corazón, y de allí hasta la punta cada uno de sus dedos.

-¿Cuántos años cumple?-Preguntó Damien colocándose a su lado.

-No es muy educado hacerle esa pregunta a una dama.

-Entonces adivinaré…-Damien la observó de reojo, los ojos de ella seguían clavados en la pista de baile fingiendo no prestarle atención, pero tragaba saliva, y su respiración era acelerada- 15…

-16.

-16… Es usted tan joven…-Dijo él sin apartar la mirada de ella.

-¿Y usted?

-Yo tengo 20. La mitad que su marido.

-Mi marido tiene 32, deje de torturarme con eso.

-No la torturo, es un comentario ¿Creía que para usted eso carecía de importancia? ¿O no le importaba hasta que me conoció?

Catalina le castigó con su silencio. Damien sabía que había ido demasiado lejos… pero aún no era suficiente.

-Estás preciosa Catalina.-Su mano se acercó disimuladamente a la de ella, aquella que no sujetaba la copa, aquella que llevaba la pulsera consigo. Rozó sus dedos ligeramente, Catalina se estremeció y apartó la mano.

-Le ruego que cese, estoy casada y usted ha venido como acompañante de mi asistente.

-Era la única forma de volver a verte.

Catalina no pudo soportarlo más. Dejó la copa sobre una mesa y salió de la sala hacia el jardín trasero en busca de una vía de escape. En el Jardín caminó por el sendero hasta una zona oscura bajo un roble. Damien la siguió de cerca. Frente a ella la miró a los ojos por fin. La respiración de los dos era agitada, ambos sabían que poco tenía que ver con la carrera.

-Catalina… desde que te vi por primera vez no he conseguido sacarte de mi cabeza, te amo… te suplico que acabes con esto, que me digas que me odias, que me amas, lo que sea… pero que lo digas para que mi vida vuelva a tener sentido.-Damien se encontraba tan cerca que sus narices estaban a punto de rozarse.

-Yo…-Catalina no era capaz de articular palabra, había deseado tanto escuchar aquello, había anhelado esa proximidad, quería gritar al mundo lo que sentía… todos esos instintos reprimidos, negados, temidos… y al no encontrar la voz para exhalarlos… le besó. Le besó por todos los besos… y Damien le dio la bienvenida con los brazos abiertos. La atrajo hacia él, a un lugar cálido, apacible, lleno de color y esperanza.

Sus labios se separaron. Quedaron mirándose a los ojos en un mar de paz, en el ojo del huracán. Sabían que aquello no duraría, habían tomado una decisión sin retorno. Catalina miró a los ojos miel que la amaban, que la miraban como lo más preciado del mundo, con miedo a parpadear y que desapareciera para siempre.

En ese instante, un león de oro golpeó con furia la cara de Damien, tirándole al suelo. Catalina soltó un grito de pavor. Constantine, bastón en mano, había vapuleado al muchacho, sus ojos llenos de ira, dolor y celos miraron a Catalina, que horrorizada retrocedió pegando su espalda contra el árbol.

-A esto te dedicas ahora… cumples años y te conviertes en una fulana…

-Constantine deja que te explique…-Catalina lloraba de puro terror suplicando en su fuero interno por ayuda.

-Explicarme… no necesito que expliques nada… con amarme no era suficiente necesitabas satisfacer tus propios deseos como una furcia.-Constantine se acercó a Catalina la agarró del cuello obligándola a girar la cabeza. Se acercó a su oído y susurró- Debí haberle puesto remedio cuando eras niña, pero supongo que más vale tarde que nunca.

Constantine dejó entre ver un fuerte brillo rojo en sus ojos, abrió la mandíbula y hundió unos terribles colmillos en la yugular de la joven. Un dolor agudo, punzante, la paralizó. Seguido de una sensación de frío que la recorrió el cuerpo. Constantine la dejó caer al suelo, abrió su bastón sacando una daga del interior y se cortó a sí mismo la muñeca, obligó a Catalina a beber y cuando hubo terminado le hundió la daga profundamente en el pecho.

Todo ocurrió en poco segundos frente a los ojos de Damien, el golpe lo dejó aturdido sin poder levantarse. Vio como la luz en los ojos de Catalina se apagaba poco a poco, hasta que no quedo nada.

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